Hace diecisiete años, con un punzón, un martillo y la esperanza de quien empieza, abrí mi pequeño taller de joyería. No era una corporación; era yo, mi creatividad y el anhelo de crear piezas únicas con plata esterlina reciclada, latón en bruto y eco-resina. Mi sueño, como el de miles de microemprendedores (según las estadísticas a nivel mundial, mayormente mujeres y jefas de familia), era conectar con alguien, en cualquier parte del mundo, a quien una de mis creaciones hechas a mano pudiera alegrarle el día. Ese sueño hoy se enfrenta a otro gran desafío: el abrupto fin de la exención de minimis en Estados Unidos.

Mientras los titulares se llenan de las caídas en bolsa de las grandes empresas, esta historia va de nosotros. De los que no cotizamos en el NASDAQ, pero ponemos el alma en cada diseño.

¿Qué era la exención de minimis y por qué su desaparición nos duele tanto?

Establecida hace más de dos décadas, la regla de minimis permitía que paquetes con un valor menor a 800 dólares entraran a Estados Unidos sin pagar aranceles ni impuestos de importación. Este era el mecanismo que abría las puertas al mundo para nosotros. Era lo que hacía viable que una artesana en Oaxaca, un talabartero en Buenos AIres o yo, desde mi taller sustentable, pudiéramos vender directamente al consumidor final sin ahogarnos en trámites aduaneros que son literalmente incosteables para un micronegocio.

Era la opción que nos permitía vender nuestro trabajo sin depender de un local físico que no podíamos costear, y además, hacerlo más allá de nuestras fronteras. Fue lo que me permitió enviar, desde mi pequeño taller en Condesa que había comenzado apenas un año antes como una mesa plegable en un rincón de la cocina, hasta las Islas Faroe, la Polinesia, Australia o Brooklyn, NY.

Para entender la magnitud de este retroceso, hay que mirar atrás. La exención de minimis no era nueva; existía desde 1938 con un umbral de $200, que por entonces era una cantidad bastante elevada, una norma de sentido común que evitaba que el costo de cobrar un impuesto fuera mayor que el impuesto mismo. Este valor se mantuvo congelado durante décadas, hasta que en 2016, en reconocimiento al auge del comercio electrónico global y la necesidad de modernizar las aduanas, el Congreso de EE.UU. elevó el umbral a $800. Esta actualización, más allá de la inflación, fue un acto de adaptación a la nueva economía, que abrió las puertas al mundo a los pequeños negocios independientes. La revocación de 2025 no solo nos devuelve al pasado; nos devuelve a un pasado anterior a la internet, y erradica la democracia con la cual esta comenzó, ignorando por completo la realidad interconectada de cómo trabajamos y comerciamos hoy.

El 30 de julio de 2025, esta exención fue revocada por una orden presidencial, extendiendo una medida que inicialmente era contra China a todo el mundo.

La cruda realidad: no son los "países" quienes pagan, somos los artesanos y emprendedores

Se ha dicho que estos nuevos impuestos los pagarán los países exportadores. Como artesana y microemprendedora, te digo con tristeza que eso no es así. Las leyes de importación estadounidenses establecen que el destinatario (o el remitente) debe pagar los impuestos. Para garantizar el pago, el gobierno estadounidense ha presionado a los servicios postales globales: a partir del 29 de agosto, todo paquete debe llegar con los impuestos pagados por el remitente. De lo contrario, se aplicará una tarifa de gestión de $80 a $200, durante los primeros 6 meses considerados como periodo de adaptación, además del impuesto mismo, de lo contrario, el paquete será retenido y se aplicará no solo el impuesto de importación correspondiente, sino también una tarifa de gestión fija que ronda los $200 para el servicio postal (USPS) durante el periodo de transición de 6 meses. Esta tarifa es un cargo adicional por el trabajo administrativo, lo que hace que el costo total para liberar un paquete pequeño sea absolutamente prohibitivo.

Sin embargo, esta "solución" ignora por completo la realidad operativa. En México, como en la mayoría de los países, el servicio postal nacional no está diseñado, equipado ni tiene los convenios para actuar como agente recaudador de impuestos de otro país. Nunca ha tenido que hacer ese trámite. La expectativa de que lo implemente de la noche a la mañana es, sencillamente, irreal. La única alternativa viable sería las mensajerías privadas (como DHL o FedEx), que sí tienen infraestructura aduanal, pero cuyo costo de envío fácilmente puede ser cuatro veces superior al del correo regular o más. Imagina vender unos aretes de plata reciclada de $150 USD. El impuesto de importación para México está entre el 25% y el 30%. Ahora suma una tarifa fija de $160 USD a $200 USD por el simple hecho de que el sistema no está preparado para microtalleres como el mío, más el costo de envío internacional que puede requerir servicios de paquetería privada internacional, esto está alrededor de $400-700 MXN. ¿Cómo absorber esos costos en una pieza de arte sustentable, hecha a mano y con materiales de calidad? Incluir esos costos adicionales en el precio requeriría elevarlo por encima del doble. Es inviable. Es imposible.

Y aquí llega el golpe final para nuestro modelo de negocio: el consumidor moderno, tanto en EE.UU. como en el resto del mundo, está acostumbrándose a que el costo de envío esté integrado en el precio final del producto. Es la norma en plataformas como Etsy, eBay o Amazon. Si ahora tenemos que calcular y agregar por separado un impuesto de importación variable (digamos, 25%) más una tarifa de gestión fija de $200 USD (que no es el envío, sino un trámite adicional), el precio final para el cliente se dispara de manera exponencial y es absurdamente poco competitivo. Un producto que antes costaba $150 USD (con envío incluido), ahora tendría que venderse en $450 o más. ¿Qué cliente, por muy amante de la joyería sustentable que sea, estaría dispuesto a pagar ese sobreprecio? El encanto del comercio directo y sin intermediarios se esfuma por completo.

Un golpe global: la suspensión de envíos y la desconfianza

La falta de información y el poco tiempo para implementar sistemas de pago han generado un caos logístico global. Decenas de países, incluido México, han suspendido temporalmente todos los envíos postales a Estados Unidos. Servicios privados también se ven afectados. De la noche a la mañana, nos hemos quedado fuera del mercado estadounidense, sin saber si es una pausa o una despedida definitiva.

Sí, el Tratado entre México, Estados Unidos y Canadá (T-MEC) teóricamente exenta de aranceles a los productos fabricados en la región. Pero, ¿cómo confiar en un socio que cambia las reglas de la noche a la mañana y sabiendo que no existe un mecanismo claro para que un pequeño taller como el mío pueda certificar que sus materiales y manufactura cumplen con el origen? La confianza, base de todo comercio, se ha quebrado.

Esta situación afecta de manera desproporcionada a mujeres emprendedoras. Según el Informe de Impacto 2023 de Etsy, el 86% de los vendedores en la plataforma son mujeres, muchas de ellas cabezas de familia que operan desde sus hogares. En México, aunque las mujeres representan alrededor del 40% del emprendimiento en general, en sectores artesanales y de comercio electrónico ese porcentaje es significativamente mayor (America Retail, 2024). A nivel global, la OIT confirma que las mujeres son mayoría en economías de microescala. Somos nosotras quienes, una vez más, cargamos con el peso de políticas diseñadas sin considerar realidades locales y de género.

No es solo sobre "dejar de vender a un país"

Estados Unidos es, por mucho, el mercado de e-commerce más grande del mundo. Según Statista, se proyecta que los ingresos del comercio electrónico minorista en EE.UU. superen los 1,7 billones de dólares en 2025. Para una artesana, perder el acceso a este mercado no es un ajuste, es un terremoto que amenaza la propia viabilidad de un negocio construido con años de esfuerzo, búsqueda de materiales sustentables y desarrollo de una clientela que valora lo hecho a mano.

Como relata Ian Bogost en The Atlantic, la magia de comprar una alfombra directamente de un artesano en India a mitad de precio es la esencia de este modelo: eliminar intermediarios y permitir que el valor llegue directamente al creador. Estas políticas, diseñadas para frenar los abusos de grandes corporaciones, en la práctica ahogan al pequeño artista y consolidan el poder de los grandes, quienes pueden absorber estos costos y trámites sin problema. Nos obligan a volver a los intermediarios, que ponen condiciones abusivas, pagan poco y tarde, justo lo que necesitamos evitar.

El sueño de un taller sustentable se resquebraja, pero no se apaga

Etsy había comenzado a apostar por Latinoamérica, ayudando a colectivos de artesanos a vender directamente al mundo. Era un rayo de esperanza para un modelo más incluyente. Hoy, ese rayo se nubla para talleres como el mío, que trabajamos con conciencia ambiental y técnicas tradicionales.

Escribo esto no solo desde la frustración, sino desde la solidaridad con todos los pequeños creadores, diseñadores y artesanos que hoy se sienten olvidados por unas políticas que miran las macroeconomías pero no ven los microsueños hechos de plata reciclada y manos trabajadoras. Este no es el primer golpe que recibimos los microemprendedores globales. Basta recordar el Reglamento de Responsabilidad Extendida del Productor (EPR) para envases que, desde 2023, obliga a registros y pagos complejos en cada país de la UE. O la más reciente y devastadora Ley General de Seguridad de los Productos (GPSR), en vigor desde diciembre de 2024, que cerró las puertas del mercado europeo a miles de pequeños creadores con requerimientos imposibles de cumplir para un taller unipersonal. Una ley a la vez, el mundo digital se estrecha, privilegiando a las grandes corporaciones y olvidando que el comercio global también se construye con sueños pequeños.

 

 ¿Eres una artesana o microemprendedora afectada por esta medida? Comparte tu experiencia en los comentarios. No estás sola.